24.9.07

10

Me exita el ruido de la abrochadora (o engrapadora dirás vos). Pero qué importa cómo quieras decirle si ya no tenés labios para expresarte, no desde que los mordí en aparente pasión, no desde que los arranqué con mis dientes y me reí de la estúpida risa eterna que te quedó en la cara cuando ya nada cubrió tu dentadura.

Debiste callarte cuando te lo dije, antes de que te pinchara en la cara toda una caja de clips de papel, antes de que te arremangara las cutículas con la punta de la pluma fuente hasta enrojecer tus dedos y sorberte la sangre para escribir con ella tu odioso nombre, antes de que te perforara la lengua con la aguejeadora de hojas, una, dos, diecisiete veces.

Debiste callarte antes de que me saturaras. Si lo hubieses hecho yo no andaría ahora con la piel pringosa de tu pene desenrollada en mi bolsillo, yo no hubiese pelado tu flácido miembro como si fuese una banana y guardado primorosamente tus restos para darles vida eterna. Al final, verte tan desnudo me dio pena y por eso envolví tu músculo ofendido con la piel peluda de tus testículos y así los engrapé para que dejaran de sangrar o para que dejaras de llorar, que es casi lo mismo.

Esta piel que llevo en el bolsillo la pondré a secar al sol, hasta dejarla tersa como un papiro y allí escribiré mi obra maestra. La posteridad recordará mi nombre con orgullo y vos, glorioso papel de mis palabras, serás tan célebre como yo. ¿Ves mi amor? Y encima tengo que aguantar que me grites de forma impronunciable con tu ridícula voz que escupe grumos de sangre.

Nada sos y nada serías en este mundo si no fuese por esta pía obra mía. Perdono entonces tus insultos, los perdono y prosigo engrapando tu mutilación penosa.

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