17.9.07

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Esa máscara blanca hace que olvide quién soy, por eso la uso para cubrirme mientras con una soga gruesa como un dedo marco huellas calientes de sisal sobre tu desnudez. Atado como un matahambre a mi disposición.

Levanto escamas profundas con un pelapapa sobre la piel porosa de tus nalgas; deberías ser un pez viscoso. Guardaré el pelapapa en tu ano, y también una cuchara de madera, y una espátula, y aunque ya sea difícil empujar, lograré poner ahí dentro también la bombilla del mate. Todo lo que necesitabas ya lo tenés con vos.

Por fin tenés algo adentro. ¿Qué se siente? El menú de hoy incluye huevos, claro. Tus huevos. Los sacaré amorosamente para que no pierdan su bella forma, los tostaré junto con las virutas de piel que fueran tus escamas, y cuando estén dorados y crujientes los meteré en tu boca enmascarada, tu boca vana que era virgen y hoy chupa sexo de hombre.

Me compadezco de este engendro de masculinidad mutilada, por eso preparo un dulce engrudo y cubro su cara con máscara blanca, lo cubro con interminables capas de papel y harina. Quedamos tan similares: enmascarados, atados, rellenados...

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