17.9.07

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Un hombre al que le mutilé el pene con el trozo de vidrio de una botella de cerveza. Corté su prepucio luego de haber saturado su uretra con los escarbadientes despuntados que iba sacando de mi boca. Ya no manaría la turbia savia lechosa de allí, yo lo había censurado, yo silencié sus varoniles gimoteos.

¿De qué te quejabas, tonto hombre? Cada mujer es un cuenco de arroz servido para tus fauces, alguna vez usaste cubiertos, alguna vez no.

Por eso lo taponé con escarbadientes, por eso rompí la botella que antes había vaciado en su ávida garganta, por eso se lo chupe mientras sangraba y tragué su venenoso abolengo mientras desmayado se evadía de mi ritual purificador.

Quedará vivo, este hombre. No podrá orinar parado, su hombría mellada por mi deleite. Algún médico voluntarioso le cavará un nuevo hoyo en el cuerpo, para que excrete por ahí sus miserias. Un hoyo que no será masculino ni femenino, un hoyo como cloaca de gallina.

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